Autor: Luis Jair Gómez G. MVZ
Publicado: 2020
Pertenezco a una generación de profesionales que nos tocó formarnos profesionalmente, dentro de unas concepciones científicas y técnicas muy diferentes a aquellas que, ya en el ejercicio profesional, nos tocaría afrontar. Pasamos en efecto del mundo del milenario y modesto «Saber agrícola», ya cientifizado, a la pomposa «Tecno-ciencia», una de cuyas características centrales es la de haber convertido el campo agrario en un «Complejo Agropecuario-Agroindustrial», según la expresión de C. Pomareda (1991), una concepción desarrollada desde la economía y que, en consecuencia, asimiló la producción con seres vivos a aquella de la producción industrial dominante, de objetos inertes, para poder acomodarla a los modelos matemáticos vigentes en la economía. Precisamente la mayor expresión de esta nueva filosofía de la producción se dio con el desarrollo de la «Revolución Verde», que precisamente se configuró en los desenvolvimientos de nuevas formas técnicas que se iniciaron en México en 1943, bajo el auspicio de la Fundación Rockefeller, la cual fue seguida luego por la Fundación Ford, que patrocinó la investigación en arroz en la India (IRRI), y fueron conformándose hasta ser presentadas al mundo agrario en 1966 por el “Instituto de Investigación Agrícola” de la “Academia Nacional de Ciencias” de Estados Unidos, en la 15ª Reunión anual, en Washington, D. C., por Raymond Ewell, vicepresidente para la investigación en la State University of New York. En esa ocasión él decía: “Doblar la producción agrícola en 34 años (1966 – 2000), no es imposible.
ciado negativamente la producción agrícola, al crear un círculo vicioso muy dañino para la sobrevivencia misma de la vida.
En efecto, técnicamente es muy posible. Pero requiere un vasto programa educacional a nivel mundial, para entrenar especialistas agrícolas en muchos campos y educar los 500 millones a de agricultores del Asia, África y América Latina. También, se necesita un vasto programa de investigación en agricultura Tropical. Más aún, es necesario una cantidad masiva de capital para construir fábricas de fertilizantes, plantas de producción de semillas, fábricas de pesticidas, fábricas de equipos de granja, lagos y sistemas de irrigación, plantas de desalinización de agua marina, sistemas de transporte; probablemente unos us$ 5 billones anuales por el resto del siglo XX”.
Están, en esta referencia, claramente establecidas las que son las características de la Revolución Verde, que se apoya en el monocultivo y la ingeniería genética y que busca aumentar notablemente la producción, pero que conlleva un efecto muy negativo para la ecología del planeta, provocando efectos muy negativos en el suelo, -se ha aumentado el nivel de desertización en el mundo-; en la biodiversidad, – se han disminuido notablemente las variedades de plantas y animales para la alimentación humana-; en la cubierta forestal del planeta, -el nivel de deforestación ha adquirido niveles muy altos-; en la disponibilidad del agua dulce, lo que ha alterado el ciclo natural del agua, etc., circunstancias, todas éstas que han afectado notablemente el clima, lo que a su turno, dado el aumento de la temperatura ha influenciado negativamente la producción agrícola, al crear un círculo vicioso muy dañino para la sobrevivencia misma de la vida.
A estas circunstancias, las he llamado en el texto que hoy nos presenta la Academia, como la “Desnaturalización de la Naturaleza” y “La Crisis Ecológica Planetaria”. Pero además se ha hecho referencia también, a los profundos cambios que ha sufrido la conceptualización de los planes de estudio referidos a las carreras agrarias, en las que se pasó de dos profesiones universitarias claramente establecidas, desde que se avanzó en la temática durante los primeros tres decenios del siglo pasado, hasta que se formuló el programa de “La Alianza para el Progreso”, y se dio un intenso peso a la llamada “Empresa Agraria”, un concepto más económico que académico, según mi visión, y donde aparecieron entonces, como sustitutos de la «Medicina Veterinaria y Zootecnia» y de la «Agronomía», la Medicina Veterinaria, la Zootecnia, la Agronomía, la Economía Agrícola, la Administración Agrícola, y la Ingeniería Agrícola.
Ocurrió, además, otro fenómeno, muy íntimamente relacionado con estas transformaciones y las derivadas de la concepción administrativa que ha ganado un gran peso en la forma de abordar las producciones; hago referencia a la gran importancia que se le otorga a las formas intensivas de producción agraria ya concebidas desde la Agroindustria: hablo de la aparición de la tecno-ciencia como forma rectora de la investigación y de la formación académica. Además de la formación profesional clásica, aparecen las formaciones exclusivamente técnica y tecnológica que se acogen a los «protocolos», generados por las grandes empresas que producen las «líneas genéticas» tanto vegetales como animales de importancia económica, genéticamente mejoradas y que son manejadas en recintos cerrados -en confinamiento se dice- y cuya forma de operar queda claramente establecido desde las centrales de producción de tales líneas genéticas. Esta circunstancia cambia la forma de trabajo profesional en tanto, la segmentación y homogeneización del proceso productivo queda completamente estandarizado, haciendo necesario transformar, por innecesaria, la formación de la mitad del siglo pasado, cuyo centro se asentaba en la biodiversidad tanto de especies explotadas como sus formas de operarlas.
El extraordinario desarrollo técnico ha cambiado entonces, en gran medida, la forma operativa de gran número de profesiones y ha hecho aparecer muchas nuevas disciplinas profesionales, y esto, me parece, ha agrandado la diferencia entre las carreras universitarias y las formaciones técnicas y tecnológicas, en tanto ha sido necesario replantear sus objetos de trabajo.
Estas características en la formación tienen a mi modo de ver unas condiciones que dificultan la conciencia de lo que el profesional, técnico o tecnólogo está realizando en su trabajo diario. Me refiero en este caso a la atención a los protocolos que hacen referencia a la interioridad y especificidad del trabajo que se realiza, desconociendo el contexto social, ecológico, bioético y hasta biológico que rodea la realización de un proceso prediseñado como universal. Esta es, en mi modesta opinión una de las consideraciones que más deben interesarnos cuando llevamos a cabo nuestro quehacer profesional y es ésta la razón para plantear aspectos históricos de las condiciones políticas, sociales y humanísticas dentro de las que se han desarrollado los planes de estudio para las profesiones agrarias y sus relaciones con el deterioro ecológico planetario, ahora innegable, a pesar de que se viene hablando de él desde hace unos seis decenios.
Pongamos, para finalizar, esta problemática en las palabras de E. Laszlo: “Las tecnologías que creó (la civilización industrial) produjeron inesperadas interferencias con los delicados equilibrios de la naturaleza, y alienaron y amenazaron a aquellos a quienes se suponía que debían servir. Al calor de sus rápidas revoluciones industriales, nuestra época se ha tornado demasiado ávida, demasiado irreflexiva respecto a su propio bien.
Finalmente produjo una nueva revolución, tanto industrial, como económica, social y hasta ecológica, y a esto ya no puede manejarlo. Es aquí donde estamos ahora: en el fin de una era, esperando la aurora de la próxima”.